¿Qué comíamos cuando éramos niños de EGB?

Esta semana he tenido la suerte de encontrarme con este recién publicado Los niños de EGB y sus padres, que eran como niños, editado por Lunwerg. Un volumen que rememora, con cariño y sentido del humor, los referentes comunes de toda la generación que cursamos (antes de que viniera la ESO) la Educación General Básica a finales de los 70, los 80 y principios de los 90. El libro, escrito a cuatro manos, padre e hija, Xavier Gassió y Anna Gassió, le saca las polillas a los juguetes, las películas, los libros, los referentes televisivos, la música y la comida de aquellos años en los que el país aprendía a digerir la democracia.

Este libro/álbum de fotos/collage de más de 200 páginas es un espejo con efecto «tunel del tiempo». Por eso encontrarte con la misma foto de Brandon, de Sensación de Vivir, que enganchaste en tu carpeta cuando tenías 14 no deja de causar cierto impacto. Es también rememorar el gusano saliendo de la nariz que nos decía “Drogas NO”, las barriguitas, los Pinypon, los casetes de Emilio Aragon y Mecano, Mira quién habla, Ghost, el «Toi iluminao», los billetes con el entonces Príncipe Felipe (que también fue a EGB), Alf, Farmacia de Guardia, Aquellos maravillosos años, El precio justo, la Super Pop, los cuadernos Santillana, la goma Milán y los rotuladores Carioca.

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Hay centenares de objetos, costumbres y referentes culturales que sirvieron de bandera para la generación de los Juegos Reunidos, el cine Exin, la paga semanal, los cuadernos Santillana, Sabrina, Chanquete, Nancy, el “póntelo, pónselo” i el “si bebes… no conduzcas». Un libro magníficamente editado con más de 1000 imágenes que produce a la par nostalgia e impacto.

Los niños de EGB y sus padres, que eran como niños también dedica un apartado a los recuerdos más difíciles de olvidar, los del paladar. ¿Qué comían los niños de EGB?, ¿qué comíamos?, ¿con qué alimentamos nuestros huesos y nuestras lorzas?


Era el 1995 cuando el gigante de las bebidas refrescantes se encargó de demostrarnos que beber Coca-Cola era mucho más que beber Coca-Cola… nuestras madres pillaron el mensaje rápidamente y a la vez fueron víctimas de la moda del light. A nosotros nos pilló un poco a contrapié, pero estoy segura que reponer este anuncio ahora sería un exitazo. Aunque Pepsi pisaba fuerte, las madres del mundo estaban encandiladas con el señor que bebía Coca-Cola Light. Las mismas que descubrían las bondades del perejil con Karlos Arguiñano, el hombre que revolucionó la televisión del momento y la cocina (entonces reservada a las amas de casa) con su programa El menú de cada día.

Aquella era también la época en la que claramente había dos grupos de niños. El primero: los que tenían padres que les permitían comer patatas fritas entre horas y no decían ni mu delante de la bolsa de chuches. Y el segundo: los que tenían que aguantar día sí día también lecciones sobre lo terrible que era comer azúcar y bollería industrial. Yo era de los segundos. El azúcar era el enemigo número uno, decía mi padre, así que nada de ladrillos de regaliz ni Peta Zetas ni Palotes. Por eso cuando el 1977 apareció el Trident sin azúcar los padres de la cruzada anti azúcar respiraron tranquilos.

 

Un bocadillo de Nocilla era para mí como una loncha de jamón ibérico de bellota: una delicia con la que soñaba y que con tan solo verla en manos de otros me hacía la boca agua. De ahí que hubiera trapicheos y amenazas de todo tipo a la hora del patio, donde, aún entonces, la mayoría de nosotros llevaba un buen bocadillo envuelto en papel de Albal. El bocadillo era, para algunos, una manera de denotar alguna que otra excentricidad, como (y doy fe de ello) Nocilla con salchichón. En el mío alguna vez se había colado algún tranchete, esa especie de pasta de queso sintética que igual servía para fundir sobre una pizza como de posavasos. Dime que lleva tu bocadillo y te diré quién eres.

 


Curiosamente los padres del «NO AL AZUCAR» eran los mismos que nos daban sin ningún reparo paté la Piara. Esa masa grasosa y granulada con un sabor intenso a… indescriptible sabor. Los sábados o domingos a la hora de la cena era sagrada la pizza, congelada mucho mejor. Afortunadamente Casa Tarradellas no se había inventado aún su anti-pizza. Entre horas siempre esperaba fiel en la nevera un quesito de El Caserio o La Vaca que ríe. Las frutas y las verduras, por aquel entonces, no eran, en general, santo de devoción de los niños de EGB. Pero esto no quería decir que no las comiéramos, porque sí lo hacíamos. Si no para comer, para cenar, y si no para comer el día siguiente. Y suma y sigue.

«Los estudios científicos a veces se contradecían y el pescado azul pasó de ser un veneno a ser lo mejor de lo mejor para el cuerpo», nos recuerdan Xavier y Anna Gassió. Y no sólo las sardinas pasaron de la exclusión a la divinización. ¿Cuantos productos que han tenido el San Benito colgando han resucitado después gracias a alguna propiedad esencial? Y al contrario, ¿cuantos que comíamos sin reparo ahora parecen intoxicarnos? Es curioso ver como evolucionan los ciclos de las modas alimentarias, igual que lo hacen los cliclos económicos o los del vestir. Son fluctuantes, van y vienen. Y ahí, en ese ir y venir, están los estudios científicos, las costumbres sociales y las estrategias de marketing de las marcas que van empujando para un lado o para otro.

Sano o no sano, y volviendo a la mesa, quien se llevaba la palma a la hora de despertar arcadas eran los sesos o el hígado, que comíamos porque nos iban a hacer fuertes de por vida. En mi caso, y quiero imaginar que no era la única, siempre he sufrido en silencio el asco absoluto de la leche con Cola-Cao o Nesquik. Pero entonces no era común oír que la lactosa y los humanos no están hechos para entenderse, así que era de obligado cumplimiento beberse el brebaje maléfico. Afortunados los niños que ahora sí vean escuchadas sus plegarias cuando pidan no beber leche.

No todo lo que comíamos entonces se desvaneció. El Almendro volvía a casa por Navidad y todavía lo hace. Pavofrío sigue siendo, ya lo decía su anuncio de finales de los ochenta, el pavo más sano, con sabor y sin grasa. Xavier y Anna Gassió nos recuerdan que «el Chupa Chups, el invento español de clavar un palo a un caramelo, arrasó en todo el mundo y se convirtió en un clásico para varias generaciones de niños que seguimos consumiéndolos como si no pasaran los años». Lo mismo pasa con el Bubbaloo, que aún se encuentra en los quioscos, pero que en los ochenta revolucionó el mercado español por ser el primer chicle con interior líquido. El invento mexicano era la golosina de vanguardia de la época. Explosión de sabor, esferificación de azúcar.

Todas estas cosas y muchas otras en esta delicia de libro que nos permite rememorar lo que fuimos y reflexionar sobre el porqué del cambio de hábitos en la comida. Sea como sea, los autores nos lanzan una pregunta: «¿Somos ahora lo que comimos entonces?«. Seguramente sí, pero éramos jóvenes y todo estaba permitido.

Un Comentario

  1. Los de los 70, 80 y los 90, compartimos más bien casi nada en común en este sentido. Es decir: los nacidos en los 80 (en el 86, en concreto), somos carne de la ESO y ya lo del Cine Exin, Juegos Reunidos y Mecano, nos suena a rancio. Por no hablar de ‘Verano azul’, que yo ya con 5 o 6 años en el 90/91 lo veía como algo antediluviano (me resultaba una serie desagradable y demasiado coñazo, yo que ya con 5 años me chupaba las tetas de Tele 5 pegado a la pantalla de cristal).

    Vaya, que la gente que haya vivido el esplendor de ‘Verano azul’, ya tenía sus 20 años cuando la época de Emilio Aragón y ‘Sensación de vivir’ (que es mi época), así que son generaciones muy separadas, porque en cada década hubo generaciones muy distintas. Como los nacidos en los 90, para quienes yo (que tengo 28) debo resultar un carcamal si les hablo del «son las once y media, es la hora de Coca Cola» o el Renault Clio Mecano.

    Es más: yo jamás, nunca, he visto el anuncio de la cartera y los Donuts. No sé de qué año es eso, pero no está en mi recuerdo. Y si he invertido horas de mi infancia en algo, ha sido en el televisor :-S Justo hoy canturreaba lo de «voy a tomaaar, ¡leche desnatada Pascual! Tu-turu, tu-turu, ¡leche desnatada Pascual!».

    En fin, que Tele 5 trajo una frivolidad a la generación nacida en los 80 que nos diferencia mucho de los de los 70. Pobres los niños de hoy, que están ahí siendo victimizados por el tema del horario infantil y no pueden ver ni un insulto, y ni un pezón. Con lo sano que es eso para la chavalada.

    Buen artículo ; )

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    • Hola Hans,
      Gracias por tu comentario de texto ;). Agradezco mucho que hayas compartido tus impresiones y recuerdos. De hecho en mi artículo me refería a las generaciones que hicieron la EGB durante finales de los 70, los 80 y principios de los 90, no los nacidos en esas décadas. De hecho serían los nacidos entre 1965 y 1983. Aun así, estoy contigo cuando dices que hay bastantes diferencias en las referencias culturales, televisivas… de esas tres generaciones.
      Un abrazo!

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