Colóquese en medio del salón de su casa y observe. Después trasládese a la cocina y observe. Haga lo mismo con el dormitorio y el lavabo. Ponga atención en los objetos que le rodean. Espejo, sofá, café, televisión, llaves, pan, sábanas… No, esto no es un ejercicio de hipnosis, es una toma de conciencia. Una manera de conectar con todo lo que conforma nuestro espacio más privado, el que encierran las paredes de nuestra casa. El hogar que observa llantos, risas, tostadas quemadas, vidrios rotos, amor, dolor, sexo, ruido de vecinos y teléfonos que suenan.
La idea de observar el territorio doméstico no es mía. Es del escritor y periodista Vicente Verdú, que se pregunta cómo nos relacionamos con los objetos y los sujetos que forman parte de nuestra casa, qué significado tienen para nosotros y qué ocurre en ese espacio íntimo que a veces sólo compartimos con nosotros mismos. El resultado es un libro innovador y sorprendente. Enseres domésticos. Amores, pavores, sujetos y objetos encerrados en casa (Anagrama) hace un recorrido por las diferentes habitaciones de la casa, por los objetos, sujetos y verbos universalmente conocidos, pero pocas veces observados.
Por defecto profesional y casi impulsivamente voy directamente a la cocina. No a la cocina del escritor valenciano, sino a la cocina de todos vista con los ojos de Vicente Verdú. En el capítulo titulado «Comer», que viene después del «Intimar» y el «Conectar» y antes del «Asearse» y el «Recordar», Verdú desgrana algunos de los objetos domésticos con los que interactuamos a la hora de alimentarnos y de experimentar con la comida. Intentar resumir las reflexiones de Verdú sería injusto, así que prefiero entrecomillar su prosa y reescribir pequeños fragmentos de algunos de los objetos protagonistas del “Comer”, que acaban componiendo un bodegón filosófico digno de ser expuesto en un museo.
EL MANTEL
“Un mito africano asimila el hacer la comida a hacer el amor. En una larga lista enumerada por Lévi-Strauss, los términos corresponden al modo en que las piedras del hogar son las nalgas; la marmita es la vagina, el cucharón el pene. (…) Una mesa sin mantel, una tabla exenta, evoca las prisas de comer o cenar, recorta el tiempo necesario para prestar buena colaboración a la degustación del alimento. (…) El mantel reafirma la dignidad de sus alimentos y de sus comensales tanto como la sábana limpia bien tendida anticipa la elevación carnal de los cuerpos”.LA SAL Y EL AZUCAR
“Dentro del hogar, sal y azúcar se separan hasta en los armarios para evitar la confusión abarrancada en el acto de cocinar, pero, necesariamente, el uso equivocado de uno u otro producto refrendan la relación que las comunica como hermanas (malas hermanas) y el odio del parecido en que se fundan. (…) Ni el azúcar es superior a la sal ni la sal superior al azúcar. (…) Así el sentido personal es tan proclive a celebrar lo dulce como lo salado, el almíbar y la salmuera, el confite y el salazón. El par se erige en pilares de nuestros deseos y, si faltaran, rebajarían hasta la nada arquitectónica el interés del apetito.”EL ACEITE
“De hecho, apenas hay religión que no base su bendición en la presencia del aceite. Con el aceite se da aliento, el óleo confiere la existencia eterna. (…) En el pelo o en el coito, en la ensalada o en las pieles quemadas, el aceite resbala por nuestras vidas: es castidad y es lujuria, purga y medicina. La diplomacia se comporta como un aceite lingüístico y gestual donde el diálogo, sin su fluidez, llevaría a la guerra y, en suma, al desamor o a la catástrofe sin cura”.EL CAFÉ
«No posee ya el prestigio intelectual de antes pero no hay casa donde no se guarde café y se halle dispuesto para ofrecerlo enseguida a las visitas. Ahora, desde luego, con el complemento frecuente del té (verde, blanco, rojo) y otras flácidas y resurgentes hierbas. (…) Desde la infancia hay café en casa y sigue toda la vida. Su color evoca un mundo de padre desaparecido, (…)»LOS CONGELADOS
«Tener un frigorífico no es actualmente un signo social. El estatus se manifiesta a través de los diferentes modelos del mercado plural, pero el frigorífico, como el coche, no posee ya poder estatutario. Es la clase de vida lo que da clase. (…) Otra división, compuesta por productos que se adquieren no para ser consumidos de inmediato sino para ser sometidos al enfriamiento conservador, añade al hecho de comer un inesperado carácter mortuorio. Un sortilegio que interrumpe la carrera hacia la putrefacción. Que cambia, en fin, lo natural por lo sobre-natural, lo vivo por el sino de lo congelado, el infierno en llamas por el desierto helado, el color por la lividez, la ternura del filete por la carne de piedra.»Un libro delicioso que nos descubre una visión diferente, poética y me atrevería a decir inédita de los objetos y sujetos que acompañan nuestra cotidianidad, protagonistas, casi tanto como nosotros, de la construcción de nuestro hogar.
Enseres domésticos. Amores, pavores, sujetos y objetos encerrados en casa acaba con un reflexión titulada «El mismo hogar». Vicente Verdú escribe: «Tras un determinado tiempo, el hogar original va llenándose de objetos y memorias, manchas y vicios, caricias y restregones que graban sus rutinas. Unas rutinas, cargadas o no de afecto, pero que en su ejercicio asfixian más que los muebles deslucidos. (…) El hogar, cualquier hogar, hace de refuerzo frente al mundo exterior y parecería que cuanto más se llena de elementos usados mejor nos preserva». En la intimidad de la cocina, platos resquebrajados, cubiertos de otros inquilinos, ollas heredadas, pan de hace una semana, jarras con historia…